Tras debutar hace algo menos de dos años con Alas, un álbum que era un manifiesto del singular momento vital que vivía, en plena transición de género pero también de autorreconocimiento artístico y que la situó musicalmente en varias orillas sonoras (el rap alternativo, la spoken word, el pop de autor, los ritmos urbanos, la electrónica experimental) a la vez que nos invitaba a un confesionario abierto, se debía este segundo álbum, en el que da incluso un paso adelante en todos los sentidos.

Flores, Techno y Poesía es el título pero también son algunos de los climas que habitan en este nuevo ejercicio discográfico de la artista española. Un álbum en el que firma sus canciones más crudas y sentidas, en donde hace un ejercicio de vaciamiento y de confesionario abierto; en donde se mueve sin pelos en la lengua en algunos de los textos más frontales que vayamos a escuchar nunca.

Un álbum que bebe tanto de la spoken word como del hip-hop alternativo, y en donde la producción (que ha corrido a su cargo, con colaboración en la mezcla de Atilio González, mitad de Ruiseñora) nos lleva desde canciones absolutamente despojadas sólo armadas por voz y piano, a otras en donde la electrónica experimental, el pop alternativo, los ritmos urbanos o las bases industriales se dan la mano; con un marco de referencias que nos puede recordar a artistas como Kae Tempest, Ghostpoet, Laurie Anderson o Delafé, entre muchos otros.